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Mi hijo de dos años tiene la costumbre de buscar y agarrar mi mano mientras caminamos. Puede ser debido a que vivimos en un complejo de apartamentos y nuestro carro se estaciona en un lote de estacionamiento. Como hay muchos otros carros, la instrucción es que el me tiene que agarrar la mano y no soltarme hasta que lleguemos a nuestro carro. Lo mismo en los centros comerciales o cualquier otro lugar público, la instrucción es la misma, «Agárreme la mano y no me suelte.»

Pero lo interesante es que podemos estar en la casa, en mi cuarto por ejemplo, y le digo, «vamos a la cocina» o «vamos a tu cuarto» y empezamos a caminar juntos. El, sin pensarlo y ni tan siquiera voltearme a ver, busca mi mano y me la agarra. El no necesita que le agarre la mano. El ya puede caminar bien. No hay peligro de que se me pierda. No es que no sabe para donde vamos. Pero me la agarra como que si es lo correcto hacer. Es su costumbre.

Esto me ha hecho autoanalizarme. ¿Hago yo lo mismo con mi Padre Celestial? ¿Soy yo la que toma la iniciativa de constantemente buscar estar agarrada de Su mano? ¿Tengo que esperar estar en una situación de crisis para agarrarme de Su mano poderosa?

A través de mi hijo he sido retada a buscar caminar de la mano con mi Dios, como parte de mi diario vivir.

Al ver la confianza que mi hijo tiene mientras se agarra de mi mano, me da la imagen perfecta de lo confiada que debo vivir mientras me sostengo de la mando del Dios Todopoderoso.

Foto por  Wolfman-K
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