¡Todavía recuerdo vívidamente presenciar mi primer huracán! Muy joven aún, recuerdo la conmoción – y emoción – de poder ver cómo un huracán se sentiría y el daño que dejaría.
Claro, era una niña dependiente completamente de mis padres. Estaba tranquila porque, por un lado sabía que mis padres me cuidarían y por otro lado, todo lo que materialmente poseía, se me había sido provisto, no me costó nada. Mis padres decidieron evacuar nuestra casa y tomamos albergue con dos diferentes familias (éramos una familia de 8).
En la obscura y triste noche de un Octubre, 1998, el Huracán Mitch entró bravo e intrépidamente a Honduras.
Mis hermanas, amigas con quienes nos estábamos quedando y yo estábamos tan emocionadas que nos tratamos de quedar despiertas pegadas a las ventanas y las noticias, esperando a ver que sucedería.
La mamá de mis amigas nos recordaba que esto no era motivo para estar emocionados, de lo contrario, nos urgía a orar fuertemente por la protección de todo el país, especialmente de las personas indefensas que estarían enfrentando la tormenta sin ninguna protección.
Creo que nos logró convencer porque recuerdo que finalmente todas nos quedamos dormidas y fue hasta la mañana que nos dimos cuanta de las devastadoras noticias.
19 años después, los papeles se vieron invertidos. Ahora yo era la mamá convenciendo a mis hijos que un huracán no es motivo de emoción o entusiasmo. Ahora todo lo que materialmente poseemos, nos ha costado muchísimo esfuerzo.
Mientras el gigantesco Huracán Irma se acercaba a Florida, mi esposo y yo decidimos evacuar con nuestra familia. Estuvimos 6 días fuera de casa.
Orando, sin cesar, observamos desde lejos lo que estaba sucediendo en Florida y demás lugares dónde el huracán había dejado terribles daños y destrucción.
La noche en que regresamos a Miami, pudimos ver los efectos de una ciudad recién azotada por las fuerzas mayores de la naturaleza. Aun obscuro, vimos caminos obstruidos y áreas aún sin electricidad.
El verdadero asombro fue cuando vimos la ciudad a la luz del día. Muchísimos árboles, grandes y pequeños desarraigados, cercas derrumbadas y muchos otros daños irreparables. Pero gracias a la eficiencia y preparación de la ciudad, la limpieza fue rápida y en pocos días, ya se había restaurado lo necesario para nuevamente operar. Sin embrago, aún tomará muchísimo tiempo y trabajo para restablecer completa normalidad.
El fuerte daño en la flora del sur de la Florida aun es evidente. Uno de mis vecinos tenía una cámara de vigilancia que sobrevivió los vientos huracanados. La cámara grabó 20 horas de continuos vientos feroces. 20 horas. ¡Sin parar! Con razón inmensos árboles cayeron, desarraigados. Más de las mitad de las cercas en mi vecindario fueron destruidas.
¿Qué puede aguantar 20 horas continuas de los azotes más violentos que la naturaleza puede producir?
Esa pregunta me ha tenido meditando:
¿Estoy lista y preparada para aguantar momentos de una fuerte crisis personal?
¿Cual es mi actitud y disposición después de alguna feroz tormenta emocional?
¿Puedo sobrevivir y sobresalir los golpes duros de la vida?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
Romanos 8:35,37
Todas las imágenes son del parque donde vamos con mi familia a caminar.
