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Testimonio

Este es el relato de mi amiga Fabiola.

Fabiola

Me desperté en la cama del hospital, después de una cesárea, sin comprender aún lo que estaba pasando o lo que había pasado en las horas anteriores. Solo sabía que a las 35 semanas de embarazo mi hijo, Sebastián, había nacido. Sabía que probablemente sería más pequeño de lo que pensamos y que necesitaría incubadora. Pero al pasar el tiempo y al ver que las enfermeras no traían al bebé a mi habitación, empecé a tener todo tipo de pensamientos en mi cabeza. Sin embargo, puedo decir que en medio de la incertidumbre tenía paz.

Años atrás cuando mi hijo, el mayor, había nacido de término, en un parto normal, trabajo de parto rápido, y saludable, todos las visitas rodeaban mi cama con globos, con regalos, llamadas. etc.

En esta ocasión todo era diferente. Las pocas personas que llegaron a verme querían ver al bebe ¡Yo también! Esta vez no hubieron globos. Era una situación confusa ¡y la gente no sabía si felicitarme!

Finalmente el pediatra nos dio el diagnóstico: mi bebé no tenía sus pulmones maduros y tenía una membrana que aun no había desaparecido lo cual no permitía que pudiera respirar por si solo. Hasta el día siguiente me permitieron verlo. No puedo describir lo que sentí. Tampoco ayudó que mis hormonas no estaban aún en orden. Fue una sensación difícil de poner en palabras. ¡No lo podía cargar ni amamantar! Tenía sondas y monitores. Estaba en una incubadora con oxígeno y lo único que como mamá podía hacer era acariciarle su cuerpecito, orar por él, cantarle y decirle cuanto lo amábamos y cuanto esperábamos que saliera de ahí.

En ese momento recordé una porción de la Biblia que había escuchado en un mensaje la semana anterior:

Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. Romanos 8:38-39.

Esa enseñanza me quedó grabada y me afirmó que pase lo que pase en nuestra vida, nada puede separarnos del amor de nuestro Padre. Hablé con mi esposo y le pedí que no renegáramos de la situación, aunque la vida de nuestro bebé que amábamos con todo nuestro corazón estuviera en juego.

Pienso que el no renegar de esta situación difícil y más bien ser agradecidos y sinceros de cómo nos sentíamos y abrazar sus promesas de sanidad, paz y provisión hizo que todo la nube de duda se desvaneciera.

El pediatra nos explicó que lo estaría monitoreando 24 horas y para ver como evolucionaba. Podrían ser pocos días o muchos, no lo sabía. También podrían haber secuelas por su nacimiento prematuro.

En ese momento no sabíamos mucho sobre nacimientos prematuros, lo único que podíamos hacer con mi esposo era orar. Y esas oraciones fueron contestadas en tan solo 7 días.

¡Dios respondió en su tiempo perfecto! Y en el momento que hizo el milagro, ¡el neonatólogo llegó sorprendido a darnos las buenas noticias! Pudieron ir disminuyendo el oxigeno y empezó a tolerar la leche. ¡Y de repente llego el día de llevarlo a casa!

Hubieron muchas visitas a especialistas, alimentación especial y cuidados especiales. Pero al llegar a su primer año de edad y cuando sentíamos que ya estaba mejor y nivelándose en talla y peso, Sebastian fue diagnosticado con una rara enfermedad inmunológica llamada Kawasaki, que al no descubrirse a tiempo deja secuelas graves en el corazón de los niños que la padecen.

No puedo describir lo que sentí al estar una vez más en el mismo hospital con mi hijito. Me derrumbé pero Dios me dio ánimo y una fuerza sobrenatural. Una vez más dejamos la vida de nuestro hijo en sus manos.

Gracias otra vez a la mano poderosa de Dios en nuestra vida, la enfermedad fue descubierta a tiempo y logramos conseguir el medicamento necesario. Y aunque con riesgos, se le fue aplicado ¡y mi hijo se recuperó una vez más!

Yo amo a mis hijos, pero Dios me enseñó que sobre cualquier cosa está el amor a El. Le agradezco que este día de las madres celebraré el privilegio que Dios me ha dado de ser mamá de dos hermosos varones.

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La recuperación de Sebastián ha sido increíble. Ahora es un niño de casi 2 añitos de edad. Es valiente, sonriente e inquieto y llena nuestro hogar de mucha alegría

Cada día le susurro a su oído que gracias a la misericordia y amor de Dios, él está con nosotros, que lo amamos y que el es un milagro.

Esos momentos para una mamá son difíciles. Pero entendí que Dios me tuvo de su mano a mi y a mi bebé, a mi esposo y mi otro hijo. El dio la provisión, puso a los médicos correctos ¡y me ha dado la porción de ánimo, paciencia y fuerzas cada día para seguir cuidándolo! Ha sido un proceso largo ¡pero Dios ha sido bueno y fiel!

Salmo121
Alzaré mis ojos a los montes.
¿De dónde vendrá mi socorro?

Mi socorro viene de Jehová,
que hizo los cielos y la tierra.

No dará tu pie al resbaladero
ni se dormirá el que te guarda.

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Fabiola Guzmán vive en El Salvador con su esposo y dos bellos hijos.

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