Una madre llevó a su hijo de 7 años de edad a un concierto de un pianista famoso. Todos estaban vestidos formalmente, de traje y corbata y vestidos largos de noche. El ambiente no era necesariamente adecuado para un niño de 7 años, pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración para ejecutar el instrumento musical.
Faltaba poco para que el gran pianista saliera a tocar. El niño estaba inquieto y desesperado por estar sentado, así que aprovechó para levantarse en el breve momento que su madre volteó su rostro hacia el otro lado.
El niño no sabía para donde ir, pero el gran piano en el escenario le llamó la atención. Sin pensarlo se dirigió hacia él. Busco las teclas y con sus deditos comenzó a tocar una sencilla melodía.
El público indignado comenzó a preguntarse qué hacía ese niño travieso ahí. ¿Donde está su mamá? ¿Quién dejó que subiera solo al escenario?
El gran pianista, desde los camerinos se percató de lo que estaba sucediendo en el escenario. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Le susurró: “sigue tocando, no pares.” Él buscó las teclas correctas y acompañó con un hermoso arreglo la melodía sencilla del niño.
Fue una composición majestuosa.
Querida Amiga, tu y yo somos ese niño de 7 años. Nuestros más grandes esfuerzos se quedan muy cortos en este gran mundo. Pero cuando el gran Pianista, Dios, nos acompaña y nos susurra: “sigue tocando, no pares,” entonces podemos estar seguras que el resultado será una obra majestuosa.
Amiga, la historia de tu vida es importante. Sigue tocando, no pares. Deja que el Gran Pianista te acompañe y disfruta Su presencia.
